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viernes, 9 de julio de 2010

Cuento

La alta casa de estudios
Roberto "Tato" Iglesias
Año 1991










A Demián le era difícil reconocerse. En realidad era un fantasma. Nunca había sido religioso, así que, lo único que sabía era que, al morirse, se había convertido en fantasma. Sólo se veía y reconocía así. Seguía manteniendo memoria, por lo tanto su pasado lo convertía en presente cuando a él se le ocurriera. Por eso, como todo fantasma, podía introducirse donde quisiera, observando, rememorando, como también yéndose al futuro. Esa era su eternidad. La única, pues no conocía otra experiencia. Por ahora andaba solo y no sabía tampoco qué otra etapa le esperaba más adelante. Tenía, sí, características peculiares. Por ejemplo, que era un fantasma negro. Se había interrogado varias veces al respecto, pero lo único que se le ocurría era, que podría deberse al color de la piel que había tenido en su existencia terrenal o a la clase baja a la cual había pertenecido.
Ese día, Demián había estado reflexivo. Tenía curiosidades insatisfechas desde hacía mucho tiempo. Una de ellas, bien profunda, se refería a investigar las causas por las cuales él nunca había podido estudiar. Con mucho esfuerzo había terminado la escuela primaria; intentó empezar el secundario, pero la obligación de trabajar se lo impidió. Lo que más había deseado, en su época, era estudiar en la Casa de Altos Estudios. Así llamaban a la Universidad y aunque nunca había entrado a ninguna de ellas, siendo ser vivo, las mentas y los cuentos le habían llegado.
Jóvenes entusiastas, que amaban y reconocían su país, sus problemas, que luchaban por transformarlos. Es cierto, según la opinión de sus amigos, por allí se veía medio desordenada: tantos carteles y consignas y marchas y gritos... Pero lo que él envidiaba era la vida que había, se salía de los poros de los Maestros y alumnos, y atravesaba las paredes y se expandía a lo largo y a lo ancho del país. Se notaban las ganas, la pasión.
Supo que una vez la enmudecieron. No una, sino varias veces. Demián reconocía ser medio analfabeto, pero eso no le impedía el conocer, el preocuparse por las cosas, el preguntar y sobre todo el pensar. Porque a veces la gente se confunde, ¿vio? Él preguntaba y preguntaba, cerraba los ojos y pensaba.
Se iba de a poco formando una opinión sobre las cosas de la vida. Así fue como le contaron que alrededor de 1918 hubo una gran Reforma en la Universidad, y que el destino de ésta, se encontraba ligado al Sistema Democrático. Cada vez que los soldaditos jugaban a la guerra, chau Universidad.
Se acordaba de la noche de los bastones largos, de las primeras persecuciones allá por 1975 y luego, casi nada. Cuando empezó el baile en el 76 y poco tiempo después, ya había muerto.
Toda esta década la había ocupado en cosas que para él habían sido importantes. Pasear, conocer gente, otros mundos, reconocer y buscar a sus seres queridos que se habían muerto antes que él, lo cual le produjo una enorme felicidad. Descubrió que todos eran también fantasmas, como él. Pero... hasta ahora, andaba solo. Otra tarea que le tocó hacer, fue recibir a los que se iban muriendo, que era la más difícil. Derramar cariño, tratar de que no se asustaran, probarles el traje de fantasmas, darle dos o tres instrucciones y largarlos a la vida de la muerte. Justamente en esa década tuvo muchísimo trabajo. Esto fue lo que más lo alejó de la posibilidad de pasear más por su propio país.
Y ahora volvía, siempre con su intriga Universitaria. Era una cuenta pendiente. Como ya iban casi 9 años de Democracia, se ajustó el traje de fantasma y se dispuso a gozar del espectáculo. Porque los fantasmas muertos, también tenían el derecho a gozar de lo que los vivos hacían efectivamente bien.
De lejos nomás, se empezó a preocupar. Caramba. Le pareció una ciudad dentro de la otra. Más o menos a tres cuadras a la redonda, andaban los universitarios. Todos vestían de la misma forma, hablaban más o menos igual y hasta gesticulaban de manera similar. Preocupado subió por las altas escaleras, pasó entre las paredes y se introdujo. Se puso alerta, pues no quería equivocarse y tampoco que le tomaran el pelo. No pudo pellizcarse, pues era un fantasma, pero trató de reaccionar a través de su mente. En realidad estaba lleno de gente. Todos corrían presurosos, con carpetas y apuntes en sus manos, de reunión a reunión, investigaban con gran rapidez, y le pareció, contrariamente a lo que imaginaba, que nadie se sentaba. Ni siquiera a pensar. Todo había que hacerlo rápido. Pero esta situación no era lo que más le impresionaba.
Había dos hechos que lo hacían dudar, se convertían en alarmantes. Uno, que tuvo
la horrible sensación de que la mayoría estaban muertos. Pero a su vez vivos. Porque hablaban y movían los brazos y presentaban proyectos. Pero la pinta daba para muertos. Demián lo sabía mejor que nadie, pues él estaba haciendo la práctica de muerto. Sólo que no tenían puesto el traje de fantasma que era la característica de la eternidad. Y el otro hecho, que tenía que ver con la memoria que Demián había conservado, lo tuvo que verificar. Empezó a salir y entrar rápidamente del edificio. Iba a la Plaza de la Ciudad y volvía a los barrios más pobres, a las fábricas, a la calle. Lo que pasaba afuera no tenía nada que ver con lo que pasaba adentro. En la Plaza se encontró con tres manifestaciones: una de Maestros reclamando aumentos de sueldo ya, otra de viejitos jubilados reclamando también vida para sus últimos años y otra de gente pobre pidiendo trabajo. Verificó asombrado que, no sólo no había allí ningún universitario, sino que dentro de la Alta Casa nadie hablaba de esos temas. Se seguía teorizando y enseñando cosas que, según sus registros, habían pasado mucho tiempo atrás.
No todos estaban muertos en vida, pues había algunos que gritaban y explicaban. Tuvo tiempo de ver que de allí no saldría ningún fantasma negro, por el tipo de gente que había, lo cual le hizo pensar que debería informarle a su jefe para que prepararan otro tipo de sábanas.
También supo que en realidad ellos no eran solamente los culpables. Pues había, en la ciudad más importante, vivos que llevaban la muerte en el corazón, que habían hecho todo lo posible para que esta gente fuera muriendo de a poco.
No tenían nada, ni para estudiar, ni para recordar. Ahora pudo explicarse lo de Casa de Altos Estudios. Las escaleras se habían hecho tan altas, pero tan altas, que cada vez eran más inalcanzables para los que querían entrar y cada vez más difícil salirse para los que estaban adentro. Y recordó. Y también pensó. La única forma que tendrían de no subir y que él los recibiera pronto era la posibilidad de recuperar su fuego. Y pensó y predijo: los maestros y los alumnos, deberán ser vida, ser fuego, agua y viento, práctica y teoría, pasión, organización y lucha. Quizás sólo así, las escaleras vuelvan a estar a ras del piso. Y Demián se fue, triste pero esperanzado, pensando alguna fórmula para traerles en su próximo viaje. Sabiendo que nunca sería demasiado tarde.

Fuente: Roberto “Tato” Iglesias, “De carambas, recórcholis y cáspitas. Una mirada trashumante de la educación”, Ed. Comunicarte, 2003. Relato publicado en “Cuentos de Democracia. Sendas para la Educación Popular". Año 1. N° 1. 1992.


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1 comentarios:

pedagogia dijo...

muy bueno che¡¡

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